La teoría sobre el origen evolutivo del dinero fue desarrollada por el economista austriaco Carl Menger en diversas obras pero muy especialmente en su libro El dinero (1909). Dándole a la teoría mengeriana una relectura actualizada, podríamos decir que en una comunidad donde el trabajo está total o parcialmente dividido resulta necesario distribuir entre sus miembros el excedente de producción. En este sentido, existen dos opciones: que la redistribución se efectúe de un modo centralizado (una autoridad central decide quién se queda con cada porción del excedente) o de un modo descentralizado (cada individuo intercambia su excedente productivo con otros individuos). Así las cosas, dentro de este segundo tipo de comunidad —una comunidad basada en la división del trabajo y en los intercambios descentralizados—, sólo habrá originalmente dos maneras de efectuar tales intercambios: a través del trueque spot y a través del trueque diferido (1).
El trueque spot puede definirse como un intercambio directo y al contado de dos mercancías: el sujeto A desea la mercancía X y tiene la mercancía Z, mientras que el sujeto B desea la mercancía Z y tiene la mercancía X, de modo que resulta mutuamente ventajoso intercambiarlas (esto es, que el sujeto A pasara a convertirse en propietario de X y el agente B en propietario de Z). Concluido el intercambio, ambos sujetos poseerán en ese preciso momento (de ahí que el intercambio sea spot) la mercancía que exactamente desean (de ahí que el intercambio sea directo). Podemos representar las operaciones típicas vinculadas al trueque spot en forma de balances (si bien, dado que no tenemos valores monetarios de los bienes, en realidad serían simples inventarios y no balances).
El trueque diferido, por su parte, consiste en un intercambio directo y aplazado de dos mercancías: el sujeto A desea la mercancía X y tiene la mercancía Z, mientras que el sujeto B desea la mercancía Z pero todavía no tiene la mercancía X, de modo que podría resultar mutuamente ventajoso que el sujeto A le entregara la mercancía Z a cambio del derecho a reclamarle en el futuro al sujeto B la mercancía Z. De una forma todavía más general, el sujeto A podría poseer la mercancía Z y no necesitar en ese momento ninguna otra mercancía, pero aún así podría interesarle su venta al sujeto B a cambio de un derecho de crédito parcialmente indefinido contra B: básicamente, B le debería a A alguna mercancía por especificar en algún momento futuro también por especificar. El trueque diferido es, en realidad, un intercambio incompleto: sólo uno de los sujetos (el deudor) adquiere originalmente la propiedad de la mercancía que desea, mientras que el otro sujeto (el acreedor) no la adquirirá hasta el futuro (de ahí que sea un intercambio diferido).
El trueque spot acarrea la ventaja de que ambas partes ven satisfechas sus necesidades al mismo tiempo, pero tiene importantes desventajas. La primera es que debe existir una coincidencia espacial entre demanda y oferta: el sujeto A debe tener lo que quiera B y el sujeto B debe tener lo que quiera A. La segunda es que debe existir una coincidencia temporal entre demanda y oferta: el sujeto A no sólo debe tener lo que quiera B, sino tenerlo cuando lo quiera B; y, a su vez, el sujeto B no sólo debe tener lo que quiera A, sino tenerlo cuando lo quiera A. La tercera es que debe existir una coincidencia cuantitativa entre demanda y oferta: el sujeto A no sólo debe tener lo que quiera B y cuando lo quiera B, sino en las cantidades exactas en que lo quiera B; a su vez, el sujeto B no sólo debe tener lo que quiere A y cuando lo quiera A, sino en las cantidades exactas en que lo quiera A. Si falla alguna de estas características, el trueque spot no tendrá lugar o sólo acaecerá de manera parcial e imperfecta. Por ejemplo, si el sujeto A posee cinco hogazas de pan y desea una casa, no podrá efectuar intercambio alguno aun cuando encuentre a un constructor de viviendas que desee hogazas de pan: primero, porque cinco hogazas serán previsiblemente insuficientes para adquirir una vivienda; segundo, porque aun cuando el sujeto A fuera capaz de hornear a corto plazo miles de hogazas de pan, el constructor es dudoso que desee disponer ahora mismo de miles de hogazas de pan, pues no podrá consumirlas todas de golpe y con el paso de los días terminarán estropeándose.
El trueque diferido permite superar gran parte de estas desventajas. La coincidencia espacial, temporal y cuantitativa no resultan necesarias o sólo en mucha menor medida: el sujeto A puede no tener todavía las cantidades exactas de las mercancías que desea el sujeto B y, aun así, adquirir la propiedad de las mercancías que posee B a cambio del compromiso (deuda) de atender las demandas futuras de B. En nuestro ejemplo anterior, el sujeto A podría comprarle la vivienda al constructor a cambio del compromiso de entregarle cada día una hogaza de pan durante los próximos 30 años. El trueque diferido, pues, parece solventar y superar los problemas de coordinación propios del trueque spot, erigiéndose en el mecanismo natural para efectuar los intercambios descentralizados dentro de una sociedad donde el trabajo se halle dividido.
Sin embargo, el trueque diferido dista de ser perfecto. Sus dos mayores inconvenientes son, por un lado, la ausencia de un patrón en el que expresar el valor líquido de las deudas en especie; por otro, que sólo puede practicarse por parte de sujetos que confían entre sí.
La ausencia de un patrón en el que expresar el valor líquido de las deudas en especie complica que ambas partes salgan beneficiadas en ausencia de una completa especificación ex ante de la deuda. Como ya hemos expuesto, la forma más general de trueque diferido es intercambiar una mercancía presente y específica por una mercancía futura no especificada de antemano. En muchas ocasiones, una de las partes del intercambio no tiene por qué conocer desde un comienzo cuáles serán sus necesidades futuras y, por tanto, qué bienes necesitará para satisfacerlas, de modo que el único intercambio que puede llegar a interesarle es uno que le deje las opciones abiertas de cara al futuro. Un ejemplo típico es el llamado intercambio de favores: el sujeto A le presta un servicio al sujeto B a cambio de que el sujeto B le preste algún servicio en el futuro al sujeto A. El problema, obviamente, es que la postdeterminación de la prestación adeudada al sujeto A expone a una elevada incertidumbre tanto al sujeto A como al sujeto B: si no hay un acuerdo ulterior entre las partes, la prestación final (impuesta por vía judicial, por ejemplo) podría terminar siendo insuficiente para el sujeto A o demasiado gravosa para el sujeto B (de modo que, ex post, una de las dos partes hubiese preferido no acometer el intercambio). Una forma de solventar este problema derivado de la falta de un patrón en el que expresar desde un comienzo el valor líquido de las deudas es mediante “escalas de valor socialmente reconocidas”, esto es, tablas de bienes cuyo valor sea reputado socialmente como equivalente: pero es obvio que estas tablas son una solución ineficiente al problema de fondo, ya que las equivalencias de valor socialmente aceptadas no tienen por qué coincidir con las valoraciones de los agentes particulares que participan en un intercambio (es decir, que socialmente se considere que una vaca tiene el mismo valor que 20 gallinas no significa que las partes de un intercambio así lo consideren).
El otro problema del trueque diferido es la información asimétrica: las partes no poseen toda la información necesaria de la contraparte para anticipar si va a cumplir en el futuro con su deuda, de modo que sólo estarán dispuestas a practicar intercambios diferidos en caso de que confíen entre sí. En concreto, el sujeto que vende su mercancía a crédito debe confiar en que la otra parte pagará su deuda: si no confía en ello, el trueque diferido no podrá materializarse o sólo en una magnitud muy reducida. El problema de la credibilidad puede solventarse restringiendo los intercambios al entorno de confianza del agente económico, incluyendo dentro de este entorno de confianza a todo el entramado de instituciones jurídicas que tienden a asegurar el repago forzoso de la deuda. Sin embargo, esa solución es tremendamente parcial, ya que obliga a restringir los intercambios por trueque diferido al entorno de confianza, imposibilitando su uso fuera del mismo.
En definitiva, el trueque diferido tenderá a darse en aquellos en entornos sociales de confianza y con condiciones productivas estáticas (y, por tanto, valoraciones intersubjetivas relativamente estables y generalizadas). Casos paradigmáticos de esos entornos son la familia o la tribu, donde prácticamente todos los intercambios entre partes son de tipo diferido. Ahora bien, entre tribus (o comunidades) separadas y sin instituciones jurídicas compartidas, lo normal es que impere el trueque spot ya que la deuda del miembro de una tribu con el miembro de otra tribu podría impagarse impunemente (salvo que estemos ante intercambios de trato sucesivo donde se labra una cierta relación de confianza y donde existe una amenaza creíble en caso de impago: el suspender ulteriores intercambios). Ahora bien, como ya hemos visto, el trueque spot acarrea problemas de coordinación muy serios para las partes, lo que limita enormemente el número de intercambios potenciales fuera del círculo de confianza. Es justamente en este punto donde aparecen los incentivos para hallar algún mecanismo que supere las limitaciones del trueque diferido y del trueque spot. Siguiendo a Menger: “Sólo entonces (y ciertamente no antes de que el intercambio en forma de trueque se convirtiera en una necesidad gracias a su extensión y a su importancia para la población, o en todo caso en amplios sectores de la misma) se creó la base y el supuesto previo necesario para la aparición del dinero”.
Dentro de este contexto en el que el trueque diferido no puede practicarse y el trueque spot acarrea numerosos problemas, las partes tenderán a intentar mejorar su coordinación intercambiando sus mercancías no por aquellas mercancías que necesitaran directamente para satisfacer sus necesidades, sino por otras que fueran más fácilmente intercambiables por poseer una mayor demanda final entre los restantes agentes económicos (esto es, los agentes salen beneficiados maximizando sus probabilidades de intercambio). Así, si el agente A tiene la mercancía Z, puede interesarle intercambiar su mercancía Z por una mercancía Y si es que la mercancía Y posee una mayor facilidad para ser intercambiada que su mercancía Z, aun cuando se objetivo final no sea consumir la mercancía Y (sino otra mercancía como la X). En palabras de Menger: “El hecho es que para ciertos tipos de bienes existe sólo una demanda muy exigua y esporádica, mientras que para una serie de bienes de otro tipo la demanda es más general y constante. Por tanto, quien lleva al mercado bienes de primer tipo para cambiarlos por otros de los que tiene específica necesidad, por lo general tendrá menos probabilidades de alcanzar este objetivo”.
Las razones que contribuyen a que una mercancía sea más fácilmente intercambiable que otra son diversas pero podríamos mencionar las siguientes: que posea una demanda final más extensa e intensa (es decir, que mucha gente la demande en grandes cantidades), que su relación de intercambio no sea susceptible de experimentar fluctuaciones muy violentas (es decir, que su valor de realización no sea altamente incierto debido a que, por ejemplo, su oferta pueda aumentar enormemente a corto plazo), que perdure en el tiempo (es decir, que su valor pueda trasladarse al futuro para efectuar en ese momento los intercambios) y que pueda fraccionarse (es decir, que pueda intercambiarse en cantidades más pequeñas).
Por consiguiente, aquellas mercancías que reúnan estas características comenzarán a ser demandadas no porque vayan a ser objetos de consumo, sino porque van a actuar como medios indirectos de intercambio. Poco a poco, pues, esas mercancías irán acaparando una mayor demanda social que contribuirá no sólo a elevar sino también a estabilizar su valor y, justamente, cuanto más estable sea su valor, mejor medio de intercambio será. La estabilidad de valor mejorará las aptitudes de un bien como medio de intercambio en tres dimensiones: su estabilidad ante cambios espaciales solventará los problemas de coordinación espacial propios del trueque spot; su estabilidad ante cambios temporales solventará los problemas de coordinación temporal propios del trueque spot; y su estabilidad ante cambios en las cantidades ofertadas y demandadas solventará los problemas de coordinación cuantitativa propios del trueque spot. Esa estabilidad del valor de un bien fue denominada “liquidez” por Menger.
Aquel bien para los cambios indirectos que reúna una demanda más universal y, por tanto, exhiba una mayor liquidez lo llamaremos “dinero” (una categoría que tradicionalmente ha recaído sobre el oro por reunir las propiedades anteriores). La liquidez del dinero lo facultará para desempeñar tres funciones típicas: la de medio de intercambio generalizado, la de depósito líquido de valor (o medio de intercambio aplazado) y la de unidad de cuenta (o denominador común de los precios de todos los intercambios). Cada una de esas funciones se dirige, precisamente, a solventar uno de los problemas típicos de coordinación del trueque spot, de manera que el círculo de intercambios potenciales de los agentes económicos termina desbordando sus círculos de confianza: así, por ejemplo, dos tribus enemigas pueden comerciar valiéndose del dinero, ya que, gracias al dinero, no existe ninguna necesidad de que el miembro de una tribu le proporcione crédito (potencialmente impagable) al miembro de otra tribu.
Pero la aparición de dinero no sólo permite solventar los problemas del trueque spot, sino también parte de los del trueque diferido: en concreto, la existencia del dinero permite expresar el valor líquido de las deudas en especie en una unidad de cuenta que, al conservar intertemporalmente el valor, faculta al acreedor a acceder a cualesquiera bienes deseados en el momento deseado sin necesidad de especificar ex ante cuáles son. Como dice Menger: “Gracias a la acuñación, los metales destinados a hacer de dinero son susceptibles de convertirse en materia de obligaciones genéricas y cantidades deudoras de contenido exactamente determinado, puntual y fácilmente liquidables (en metal amonedado) con un simple cómputo”. Por esta vía, pues, la existencia del dinero no sólo potencia los intercambios al contado (intercambiar una mercancía por dinero), sino también los intercambios a crédito, pasando a ser ese crédito pagadero no en especie, sino en dinero.
Por consiguiente, la teoría sobre el origen evolutivo del dinero permite explicar cómo el dinero emerge descentralizadamente en aquellos contextos en los que la confianza entre las partes está ausente o allí donde las escalas sociales de valor son demasiado imprecisas y donde, por consiguiente, se hace necesario un depósito de valor líquido en el que denominar las deudas: los agentes seleccionan descentralizada y competitivamente los bienes económicos con un valor relativamente estable y pasan a emplearlos como medios de cambio indirecto, hasta que alguno de esos bienes sobresale por encima del resto coronándose como dinero.
Llegados a este punto, conviene destacar dos aspectos que suelen ser un frecuente germen de confusión: primero, que el dinero pueda tener surgir evolutiva, espontánea y descentralizadamente no es incompatible con que, con anterioridad al surgimiento del dinero, se efectuarán trueques diferidos, es decir, con que los intercambios se efectuaran a crédito. El propio Menger reconoce que, antes del dinero y del trueque spot, ya existían obligaciones entre los miembros de una comunidad: “Mucho antes de que el trueque apareciera en la historia o adquiriera una importancia decisiva para obtener bienes, encontramos ya varias especies de obligaciones unilaterales: donaciones voluntarias o bajo presión más o menos coercitiva, tributos impuestos forzosamente, castigos de carácter patrimonial, el Wergeld, obligaciones unilaterales derivadas de relaciones familiares, etc.”.
Segundo, una alternativa al surgimiento del dinero como vía para superar las limitaciones del trueque spot en comunidades entre las que no impere la confianza es la conquista y unificación político-jurídica de ambas comunidades, de modo que una misma autoridad pueda imponer por la fuerza el cumplimiento de las deudas sobre ambos territorios. En tal caso, el trueque diferido podría practicarse entre ambas comunidades económicas sin necesidad de que el dinero emerja espontáneamente. Si, además, esa autoridad estatal impusiera una escala de valor social en la que todas las deudas en especie fueran equivalentes a una misma mercancía, el Estado estaría a su vez solventando el problema de inexistencia de un valor líquido de las deudas en especie; para ello, únicamente sería necesario que ese bien en el que fueran residualmente liquidables las deudas por imposición estatal tuviera, además, una utilidad propia: en tal caso, el Estado puede o bien escoger un bien que ya tuviera un valor de mercado previo a su imposición estatal o bien dotar de utilidad a un bien que no la tenga permitiendo que, por ejemplo, sea el medio empleado para abonar sus tributos.
Como vemos, la teoría del origen evolutivo del dinero no es incompatible con que un Estado pueda crear un entorno jurídico dentro del cual se extienda el trueque diferido y donde, además, las deudas en especie pasen a reconvertirse en deudas liquidables en un bien cuya utilidad proceda de un mandato estatal (ser el medio para abonar los impuestos). Ahora bien, nada de esto significa que, por un lado, el dinero no pueda desarrollarse paralelamente por el proceso evolutivo ya estudiado y, por otro, que la expansión del trueque diferido vía centralización político-jurídica e imposición estatal de un medio en el que liquidar residualmente las deudas en especie no sea una solución carente de problemas. Primero, el imperialismo y la dominación estatal no suelen desarrollarse de manera pacífica y voluntaria, lo que implicaría que, si excluimos del análisis el surgimiento evolutivo, espontáneo y descentralizado de un dinero internacional, la vía más estable para extender el ámbito de los intercambios y la división del trabajo sería la invasión militar. Segundo, si el Estado escoge un bien económico con utilidad y liquidez preexistente a su imposición como medio para saldar residualmente las deudas en especie, habrá sido en realidad el mercado (y no el Estado) quien habrá otorgado utilidad y liquidez de manera previa a ese bien escogido a posteriori por el Estado; si, por el contrario, el Estado escoge un bien sin utilidad previa pero lo convierte en útil dándole la capacidad para saldar los créditos unilaterales que posee contra la sociedad (tributos), en realidad lo que estará creando el Estado es una deuda fiscal contra sí mismo en la que saldar las restantes deudas en especie: es decir, el valor de esa deuda fiscal dependerá en última instancia de la credibilidad del Estado, lo que puede ser harto inconveniente cuando la confianza en el Estado se tambalee o cuando el Estado opte por abusar de la confianza en beneficio propio (unos inconvenientes que no existen cuando el dinero brota evolutiva, espontánea y descentralizadamente, esto es, sin que sea impuesto por el Estado).
Notas
(1) El trueque diferido recibe distintas denominaciones en la antropología, entre las que destacan “intercambio aplazado”, “reciprocidad aplazada” o “reciprocidad generalizada”. El antropólogo Karl Heider lo describe del siguiente modo: “La reciprocidad generalizada es la forma de intercambio más estudiada por los antropólogos, ya que es la forma típica de intercambio en las economías que no son de mercado. También se la conoce como reciprocidad aplazada: ocurre entre personas y grupos cercanos o aliados y se materializa en un intercambio que toma su tiempo para ser completado: A le da algo a B, pero B no le da algo inmediatamente a A. Este intercambio aplazado resulta posible por los estrechos lazos sociales (preexistentes o de nueva creación) y normalmente genera o mantiene relaciones complejas entre las personas (“si los amigos se hacen regalos, los regalos hacen amigos”)” (Heider 2000). El trueque diferido se da tanto en sociedades primitivas como en sociedades modernas. Por ejemplo, entre las primeras podemos citar el ejemplo de los ¡Kung: “Los ¡Kung refuerzan sus lazos de amistad a través del sistema de reciprocidad aplazada, también conocido como hxaro. Practicar el hxaro con alguien equivale a darle a esa persona un regalo entendiendo que en algún momento futuro esa persona le hará un regalo de vuelta al donante. Regalos apropiados para el hxaro son mantas, collares y otros objetos similares. Las partes de un intercambio hxaro intentan devolver regalos de un valor aproximadamente equivalente, pero la parte más importante del hxaro es la relación social que contribuye a reforzar entre las partes” (Plattner 1989). Entre las segundas podemos mencionar la Rusia postsoviética: “La forma más común de trueque bilateral es el intercambio aplazado. Los encuestados enfatizaron que este tipo de trueque implica una desigualdad entre ambas partes, ya que una obtiene los bienes que desea cuando los desea, mientras que la otra tiene que esperar (y no se le recompensa necesariamente por la espera)” (Humphrey 2000).
By Juan Ramón Rallo