Los orígenes ideológicos de las luchas políticas
Thomas
Sowell
Introducción
Es frecuente que las mismas personas tengan puntos
de vista contrapuestos en relación con un gran número de problemas aunque éstos
no tengan relación entre sí. Difieren en cuanto al papel del gobierno, la
actitud ante la delincuencia, la guerra, el divorcio, la pena de muerte, el
aborto, el papel de los jóvenes e innumerables otros asuntos. Ahora bien, si
observamos con más cuidado nos damos cuenta de que esta oposición no es casual,
de que estas personas razonan a partir de premisas diferentes, frecuentemente
implícitas, y que son esas premisas las que brindan esa coherencia a su
oposición. Ambos tienen perspectivas diferentes, distintas visiones de cómo funciona
el mundo.
Inevitablemente, el reflejo o la aprehensión de la
realidad sólo puede efectuarse mediante grandes síntesis que, inevitablemente,
dejan fuera muchos elementos de esa realidad. Sería magnífico si no tuviéramos
que recurrir a esas síntesis y pudiéramos aprehender la realidad directamente
pero, por supuesto, eso es imposible. La realidad es demasiado compleja como
para que la mentalidad de nadie sea capaz de aprehenderla. Esas síntesis son
los únicos instrumentos de que disponemos para captarla. Aunque son
instrumentos maravillosos nunca debemos confundirlos con la realidad misma y
siempre debemos tener en cuenta que es posible que hayamos pasado por alto
algunos elementos significativos.
Las visiones son la base, el fundamento, sobre el
que se elaboran las teorías. La estructura final de éstas no sólo depende de
ese fundamento sino del cuidado y la coherencia con hayan sido elaboradas y de
en qué medida concuerden con los hechos. Las visiones son subjetivas, pero las
buenas teorías tienen implicaciones claras, y los hechos pueden comprobar y
medir su validez objetiva.
Las visiones sociales son importantes. Las
políticas basadas en ellas tienen consecuencias que recorren las sociedades y
reverberan a través de los años e, inclusive, de las generaciones. Las visiones
preparan las agendas del pensamiento y de la acción, y llenan las brechas en el
conocimiento individual. Un hombre puede actuar de una forma en un área que
conoce bien y de forma totalmente distinta en otra, donde se apoya en una visión
que nunca ha comprobado empíricamente. Un médico puede ser conservador en
asuntos médicos y revolucionario en problemas sociales.
Desde el punto de vista de las motivaciones
personales, las ideas pueden ser simplemente fichas con las que los demagogos y
los oportunistas juegan a la política. Sin embargo, desde una perspectiva
histórica más amplia, esos individuos también pudieran ser vistos como simples
portadores de ideas, como vehículos que transportan las ideas de una manera tan
inconsciente como las abejas transportan el polen. Juegan, de esa forma, un
papel importante en el metabolismo social aunque ellos mismos no estén
conscientes del mismo y sólo se encuentren persiguiendo objetivos estrictamente
individuales.
El papel de los intelectuales en la historia ha
sido el de contribuir a la formación de esas vastas y poderosas corrientes de
opinión que impulsan la actividad humana. El efecto de las visiones no depende
de su formulación coherente y, ni siquiera, de que sus portadores estén
conscientes de las mismas. Muchos hombres "prácticos" desdeñan las
teorías porque no se han detenido a analizar el fundamento ideológico de su
propia actividad. Como decía Keynes, muchos de esos hombres
"prácticos" simplemente son esclavos de las ideas de algún economista
muerto desde hace dos o tres siglos.
DOS
PERSPECTIVAS; LA CONSERVADORA Y LA REVOLUCIONARIA
Divergencias
en cuanto a la naturaleza del hombre.
La
naturaleza del hombre: la perspectiva conservadora o restringida.
En 1759, en su Teoría de los Sentimientos Morales",
Adam Smith señalaba que "... si (el hombre) fuera a perder su dedo meñique
no podría dormir por la noche pero, siempre que nunca los haya visto, roncaría
con la más profunda seguridad sobre la ruina de cien millones de sus
hermanos".
En la perspectiva de Adam Smith, las limitaciones
morales del hombre en general, y su egocentrismo en particular, no son
lamentadas ni consideradas como cosas a cambiar. Son tratados como hechos, como
características propias de la vida. Estas limitaciones constituyen las restricciones
fundamentales de su perspectiva. Por consiguiente, el problema moral y social
fundamental es conseguir los mejores resultados posibles a partir de esas
limitaciones más bien que disipar energías en tratar de cambiar la naturaleza
humana, un intento que Smith consideraba tan vano como sin sentido.
En vez de considerar la naturaleza humana como algo
que pudiera o debiera ser cambiado, Smith trataba de determinar cuál sería la
manera más efectiva de alcanzar los mayores beneficios morales y sociales
posibles, dentro de las limitaciones de la naturaleza humana. Su punto de vista
era muy similar al de Alexander Hamilton, el principal autor de El Federalista,
que afirmaba:
"Es el destino de todas las instituciones
humanas, aún de las más perfectas, el tener defectos así como virtudes,
propiedades buenas así como malas. Esto proviene de la imperfección de su
Institutor, el Hombre".
Sin embargo, es evidente que una sociedad no puede
funcionar si cada persona fuera a actuar como si su dedo meñique fuera más
importante que las vidas de cientos de millones de seres humanos. Pero aquí la
palabra clave es actuar. En general, los hombres no actuamos de forma tan
groseramente egoísta, aunque frecuentemente esa sea la inclinación espontánea
de nuestros sentimientos. Esto se debe a factores como la fidelidad a ciertos
principios morales, a los conceptos de honor y de nobleza más bien a que amemos
al prójimo como a nosotros mismos. A través de estos artificios culturales se
puede persuadir a los hombres a que hagan por su propia imagen lo que no
estarían dispuestos a hacer por su prójimo. Estos conceptos eran vistos por
Smith como la forma más eficiente de hacer el trabajo moral al menor costo
psíquico. Su respuesta era esencialmente económica: un serie de compromisos, de
transacciones y de incentivos más bien que de una hipotética solución mediante
la transformación de la naturaleza humana.
Según Smith los individuos no buscaban
conscientemente beneficios económicos para la sociedad sino que, bajo la
presión de la competencia y los incentivos de la ganancia individual, estos
beneficios surgían espontáneamente de las interacciones del mercado. Los
beneficios sociales eran sistémicos (derivados del funcionamiento de un sistema
y no de un propósito consciente). Es importante recordar que el mercado no es
la única interacción que, pese a ser espontánea, crea productos altamente
complejos y organizados. El idioma, por ejemplo, es otra. Este es un punto muy
importante porque tenemos la tendencia a pensar que cualquier resultado
deseable tiene que ser el producto de acciones conscientes y deliberadas, pero
no es así. En la vida social hay un gran espacio, útil y constructivo, para las
interacciones espontáneas y sus beneficios sistémicos.
La
naturaleza del hombre: la perspectiva no restringida o revolucionaria.
Quizás ningún libro del siglo XVIII contraste tanto
con la visión del hombre de Adam Smith como la "Investigación Concerniente
a la Justicia Política" de William Goodwin, publicada en 1793. Mientras
que para Adam Smith la única forma de llevar al hombre a actuar para el bien de
los demás es ofreciéndole incentivos para que lo haga, para Goodwin, el hombre
es perfectamente capaz de considerar las necesidades de los demás como más
importantes que las suyas propias y, por lo tanto, es capaz de actuar de forma
consistentemente imparcial, aun a costa de sus propios intereses. La intención
de beneficiar a los demás es "la esencia de la virtud" y el único camino
a la felicidad.
Por supuesto, esta afirmación no es una
generalización empírica sobre el coportamiento de la mayoría de las personas
sino una tesis sobre la naturaleza subyacente del ser humano. A diferencia de
Smith, que consideraba natural el egoísmo, Goodwin lo consideraba como un vicio
promovido por el mismo sistema de recompensas que se empleaba para dirigirlo
hacia fines sociales. Según Goodwin, "la esperanza de recompensa" y
"el temor del castigo" eran "erróneas en sí mismas" y
"contrarias al mejoramiento de la mente"(1). Era la misma tesis de
Condorcet que rechazaba la idea de tratar de "utilizar para el bien los
prejuicios y los vicios en vez de tratar de superarlos y reprimirlos".
Esos "errores", según Condorcet confundían al "hombre natural"
y sus potencialidades con el hombre actual, "corrompido por los
prejuicios, las pasiones artificiales y las costumbres sociales".
¿QUE
HACER ANTE LOS PROBLEMAS SOCIALES?
Compromisos
versus soluciones
La prudencia, el cuidadoso sopesar de los
compromisos es vista de forma muy diferente en la visión restringida o
conservadora y la no restringida o revolucionaria. Dentro de la perspectiva
conservadora de la naturaleza humana, donde lo único a lo que podemos aspirar
es a negociaciones y compromisos, la prudencia es una de las más altas
virtudes. Edmund Burke la llamaba "la primera de todas las virtudes"
y afirmaba que "nada es bueno sino en proporción con otros factores y con
referencia a otros asuntos", es decir, como transacción y compromiso.
Por el contrario, Goodwin, seguramente pensando en
Adam Smith, despreciaba a "esos moralistas que sólo piensan en estimular
los hombres a las buenas acciones mediante consideraciones de frígida prudencia
y mercenarios egoísmos" en vez de tratar de estimular "el magnánimo y
generoso sentimiento de nuestra naturaleza".
En la visión no restringida o revolucionaria se
encuentra implícita la noción de que lo potencial es radicalmente diferente de
lo real, de que existen medios para mejorar la naturaleza humana y acercarla a
ese potencial para que el hombre haga las cosas justas por las razones
correctas más bien que por recompensas económicas o psicológicas. Condorcet
decía que, con el tiempo, el hombre podría "cumplir por inclinación
natural los mismos deberes que hoy le cuestan esfuerzo y sacrificio" (2).
"La perfectibilidad del hombre" -decía- "es verdaderamente
indefinida".
Aunque la palabra "perfectibilidad" ha
caído en desuso, el concepto ha sobrevivido intacto hasta nuestro tiempo. El
concepto de que "el ser humano es un material sumamente plástico"
sigue jugando un papel clave entre los pensadores contemporáneos que comparten
la visión revolucionaria. Dentro de esta perspectiva, el concepto de
"solución" juega un papel crucial. Se logra una solución cuando ya no
es necesario hacer compromisos o negociaciones porque se ha conseguido
transformar la naturaleza humana. Es precisamente ese objetivo de encontrar una
"solución" final el que justifica sacrificios iniciales que, de otra
forma, serían considerados inaceptables.
Divergencias
en cuanto a los efectos de las acciones y la moralidad social
Goodwin clasificaba las acciones humanas en
intencionales y no intencionales, y cada una de estas, a su vez, en benéficas y
perjudiciales. La acción intencional benéfica era la virtud. La acción
intencional perjudicial era el vicio. La acción no intencional perjudicial era
la negligencia. Pero, para Goodwin, la acción no intencional benéfica no
existía. Es una categoría ausente de su pensamiento.
Sin embargo, esa misma categoría es central en el
pensamiento de Adam Smith. Y es bueno recordar que Adam Smith no era ningún
adulador de los capitalistas y que, antes de Marx, ningún economista los
fustigó tan ácidamente. Smith caracterizaba las intenciones de los capitalistas
de "mezquina rapacidad" y comentaba que eran gente "que rara vez
se reúne, ni siquiera para divertirse, y cuya conversación siempre termina en
una conspiración contra el público, o en algún esquema para subir los
precios". Las intenciones, tan decisivas para Goodwin, carecían de mayor
importancia para Smith. Lo importante, para él, eran las características
sistémicas de una economía de competencia, que producían beneficios sociales
independientemente de las mezquinas intenciones individuales. Y, por supuesto,
habría de ser Rosseau el campeón de la visión revolucionaria, el principal
expositor de la tesis de que la naturaleza humana no tiene ninguna limitación
inherente y que los vicios sólo son el producto de las instituciones sociales.
Diferencias
en cuanto a la posibilidad de poder conocer adecuadamente los fenómenos
sociales
Las concepciones epistemológicas (relativas al
conocimiento) son muy diferentes en la visión conservadora y en la
revolucionaria. En la concepción conservadora el conocimiento individual es
esencialmente insuficiente para tomar decisiones sociales. Si la deficiencia
del conocimiento individual suele gravitar pesadamente sobre los problemas
individuales, mucho más lo será en relación con los complejos fenómenos de la
sociedad. En esta visión, el progreso sólo es posible gracias a una infinidad
de acuerdos sociales que trasmiten y coordinan el conocimiento de muchísimos
individuos. Y no sólo el suyo sino también el de las generaciones pasadas. En
la visión conservadora el conocimiento es sobre todo experiencia. Experiencia
trasmitida, en gran medida, de manera implícita, no expresa, y del que son
ejemplos desde las tradiciones hasta los precios.
"No todo conocimiento es parte de nuestro
intelecto. Nuestros hábitos y capacidades, nuestras actitudes emocionales,
nuestros instrumentos y nuestras instituciones, son en este sentido adaptaciones
a experiencias pasadas que han ido acumulándose mediante una eliminación
selectiva de las conductas menos adecuadas. Son una parte tan indispensable de
la praxis exitosa como nuestro conocimiento consciente. Hay más inteligencia
incorporada en el sistema de reglas de conducta que en las reflexiones de
cualquier individuo sobre el medio que lo rodea.
El conocimiento es la experiencia social de las
masas materializado en sentimientos y hábitos más bien que en las razones
explícitas de unos cuantos individuos, por muy talentosos que estos puedan ser.
Como dice Burke:
"Nos da miedo poner a los hombres a vivir y a
comerciar de acuerdo a sus solos recursos privados de raciocinio porque
sospechamos que esos recursos son escasos en cada hombre, y que los individuos
harían mejor recurriendo a los recursos generales de las naciones y de los
siglos". Esa destilación cultural del conocimiento debe ser considerado
como un probado cuerpo de experiencia que ha funcionado, y que sólo debe ser
cambiado tras el más riguroso, y hasta renuente, de los exámenes.
Sin embargo, la visión revolucionaria tiene una
apreciación totalmente opuesta. Según ella, es perfectamente posible comprender
y, por consiguiente, dominar los complejos fenómenos sociales. "La verdad
y, sobre todo, la verdad política no es difícil de adquirir", decía
Goodwin. Lo único que hace falta es "una discusión independiente e
imparcial" entre gente "sincera y sin ambiciones". La naturaleza
del bien y del mal, para Goodwin, era "uno de los temas más
sencillos" de comprender. Posteriormente esa misma posición ha reaparecido
una y otra vez. Según Bernard Shaw, los males de la sociedad "no son ni
incurables ni siquiera difíciles de curar cuando se han diagnosticado
científicamente". Según Shaw, la sociedad existente "es sólo un
sistema artificial susceptible de casi infinitos reajustes y modificaciones.
Más aun, prácticamente puede ser demolido y substituido de acuerdo a la
voluntad del Hombre". Es decir, que las dificultades para comprender y
controlar los fenómenos sociales no constituyen una dificultad fundamental. La
dificultad fundamental se encuentra en la deliberada obstrucción de su
solución.
Nota: Muy vinculada a esta concepción esta la idea
de que la eliminación de la pobreza es una tarea relativamente fácil. Dados los
vastos recursos de la ciencia y la técnica modernas, bastaría con aplicarlos
para eliminar la miseria. La fuente fundamental de la pobreza está en la falta
de disposición para afrontarla. De la misma forma en que se minimizan las
dificultades para superar las debilidades de los individuos, se minimizan las
dificultades para superar las debilidades de las naciones. Y de la misma forma
en que se exagera la potencialidad de los individuos, confundiéndola con la
realidad, también se confunde la potencialidad de los países con su realidad.
En la visión revolucionaria, la razón ocupa el
lugar de la experiencia. Según Goodwin, el papel de la experiencia es muy
exagerado en comparación con "el poder general de una mente
cultivada". Por consiguiente, consideraba que, en gran medida, la
sabiduría de los siglos era simplemente la ilusión de los ignorantes. Según
Goodwin:
"Nada debe ser mantenido porque es antiguo,
porque nos hemos acostumbrado a considerarlo como sagrado, o porque resulta
insólito cuestionarlo". Igualmente, según Condorcet, "todo lo que
tenga el sello del tiempo debe inspirar desconfianza más que respeto". Es
"sólo por meditación", decía "que podemos llegar a cualquier
verdad general en la ciencia del hombre".
Debido a la capacidad de "la mente
cultivada" de aplicar la razón directamente a los hechos, no había
necesidad de ceder ante el inarticulado proceso sistémico que se expresa en la
sabiduría colectiva del pasado. Implícita en la visión revolucionaria hay una
profunda diferencia entre las conclusiones a que pueden llegar las
"personas de mente cultivada" y las de "mente estrecha". De
aquí se deduce que el progreso significa elevar los primeros al nivel de los
segundos.
"El verdadero mejoramiento intelectual demanda
que la mente sea elevada, tan rápidamente como sea posible, a las alturas del
conocimiento ya existente entre los miembros ilustrados de la comunidad, y
empezar de ahí en la búsqueda de ulteriores adquisiciones".
El rechazo del concepto de sabiduría colectiva deja
las comparaciones entre las concepciones individuales como único criterio de
evaluación.
En la visión conservadora, por el contrario, se
parte de "la necesaria e irremediable ignorancia de todo el mundo",
como dice Hayek. La toma de decisiones racionalista de la visión revolucionaria
"exige el completo conocimiento de todos los hechos relevantes", lo
que es completamente imposible puesto que el funcionamiento de la sociedad
depende de la coordinación de "millones de hechos que, en su conjunto, no
puede conocer nadie". En la perspectiva conservadora, el conocimiento
abarca toda la multiplicidad de la experiencia, demasiado compleja para una
articulación explícita. Es una "sabiduría sin reflexión, inculcada tan
profundamente que se convierte prácticamente en reflejos inconscientes".
Pero la sabiduría sistémica, expresada de manera inarticulada en la cultura
popular, tiene más probabilidades de estar en lo cierto que las grandes
visiones de unos pocos intelectuales. En la concepción conservadora, la
sociedad suele compararse con un organismo vivo que no puede ser reconstruido
sin consecuencias fatales.
No se trata de negar la relativa superioridad de
los expertos dentro de un estrecho sector del conocimiento humano. Lo que se
niega es que esta superioridad, relativa y limitada, vaya a conferir una
superioridad general sobre otros tipos de conocimiento más ampliamente
difundidos. En esta perspectiva restringida, conservadora, donde se concibe el
conocimiento como fragmentario y difundido, la coordinación sistémica de los
muchos es considerada superior a la sabiduría especial de los pocos.
Hayek señalaba que "prácticamente todo
individuo tiene alguna ventaja sobre los demás porque posee alguna información
única que se puede aprovechar, pero sólo si se le dejan las decisiones que
dependen de la misma o si se toman con su activa cooperación".
Y, nuevamente Adam Smith: "El estadista que
intentara dirigir a la gente en cuanto a la forma en que debieran emplear sus
capitales, no sólo echarían sobre sí mismo un trabajo totalmente innecesario
sino que asumiría una autoridad que no puede darse con seguridad no sólo a
ninguna persona sino a ningún concilio o senado, y que podría ser más peligrosa
en las manos de un hombre lo suficientemente loco y presuntuoso como para
imaginarse capaz de ejercerla".
Dos
visiones: racionalidad articulada versus racionalidad sistémica
Es importante comprender las divergencias de las
dos visiones en cuanto a su apreciación de la racionalidad. En efecto, aunque
todos los fenómenos tienen una causa, los seres humanos pueden ser incapaces de
especificarla. Con todo, en la visión conservadora lo que constituye el factor
decisivo es la fuerza de los procesos no articulados para movilizar y coordinar
el conocimiento.
Para Goodwin el conocimiento mismo es sinónimo de
la racionalidad articulada. Cualquier actividad sin "una razón
explícita" es actuar "con prejuicio". En la visión
revolucionaria, estos dos significados prácticamente se funden, y decir que un
fenómeno tiene causa es prácticamente igual a decir que esa causa puede
especificarse. De aquí que las decisiones se tomen sobre la base de las razones
que pueden argumentarse, y que esas razones se consideran prácticamente las
únicas a tomarse en cuenta.
En la visión conservadora, por el contrario,
siempre hay que dejar mucho espacio para las razones que no pueden
especificarse y que sólo podemos conocer a través de procesos sociales.
Hamilton decía que es extremadamente fácil, para cada bando, decir un gran
número de cosas plausibles". Pero, como señalaba Hayek, es suficiente que
la gente "sepa cómo actuar en consonancia con las reglas, sin saber lo que
las reglas son explícitamente". De aquí el papel tan diferente que las dos
visiones conceden a los intelectuales.
Según Goodwin, "la razón es el instrumento adecuado,
y suficiente, para regular las acciones de la humanidad". Lo que hace
falta es inculcar "los puntos de vista justos sobre la sociedad" en
"los miembros reflexivos y liberalmente educados" que, a su vez,
según Goodwin, serán los "guías e instructores del pueblo". Esta idea
ha sido un tema constante en la visión conservadora. Es la visión de los
intelectuales como consejeros desinteresados. Como decía Voltaire, "los
filósofos, al no tener interés particular que defender, sólo pueden hablar a
favor de la razón y del interés público”. Condorcet hablaba de "los
filósofos verdaderamente ilustrados ajenos a la ambición". Y D'Alambert,
"la mayor felicidad de una nación se realiza cuando los que gobiernan
están de acuerdo con los que la instruyen". Una derivación moderna de esta
convicción es el papel asignado a los "expertos" dentro de las
burocracias gubernamentales para tratar de "resolver" todo tipo de
problemas sociales.
Muy por el contrario, la visión conservadora,
siempre ha considerado con profundo escepticismo el papel de los intelectuales
en la dirección de la sociedad. Como decía Burke: "tratan de restringir a
ellos mismos o sus seguidores la reputación de buen sentido, cultura y buen
gusto" y son capaces de "llevar la intolerancia de la lengua y la pluma
hasta la persecución" de los demás. Adam Smith se refiere al "hombre
de sistema", que cree ser un "sabio en su vanidad" y que
"parece imaginar que puede organizar los diferentes miembros de una gran
sociedad con la misma facilidad con que la mano arregla las diferente piezas en
un tablero de ajedrez".
Dos
visiones; sinceridad versus fidelidad
Debido a las diferencias en cuanto a la posibilidad
cognoscitiva de cada individuo y la efectividad que pueda tener ese
conocimiento para decidir complejos problemas sociales, las dos visiones le dan
una importancia muy distinta a la sinceridad. En la visión revolucionaria,
donde se confía en que la actividad del individuo "consciente" puede
conseguir directamente resultados importantes, la sinceridad y la dedicación
son esenciales. Según esta visión, los principales obstáculos para conseguir
los resultados deseados consisten, en primer lugar, en la ignorancia, en que la
gente no sabe cómo conseguirlos (y de aquí la necesidad de las minorías
"conscientes") y, en segundo lugar, en que los que saben no quieren
conseguirlos debido a conflicto de intereses.
Los intelectuales que plantean la dificultad de
resolver los problemas sociales desesperan a los partidarios de la visión
revolucionaria. No pueden creer que sean sinceros. De ahí su tendencia a
considerar a sus adversarios como esencialmente deshonestos. Son sobornados por
sus adversarios, corrompidos, hipócritas y hasta malévolos. Es aquí donde el
error se hace sinónimo de pecado, y donde algunos partidos cobran su parecido
con las iglesias.
En la visión conservadora, por el contrario, el
enfoque es completamente distinto. Sus partidarios consideran que nadie pueda
saber, realmente, cómo resolver los problemas sociales. De aquí que consideren
natural que se cometan errores, y que tiendan a no dudar de la sinceridad de
sus adversarios. Es por esto que consideran la sinceridad como una virtud menor
que, en ocasiones, puede ser hasta negativa, como cuando la gente se obstina en
ideales socialmente contraproducentes. Como decía Burke: "pueden hacer las
peores cosas sin ser los peores de los hombres".
En la visión conservadora, lo importante es la
fidelidad al papel que nos toca jugar en la sociedad. En efecto, para los
conservadores es posible alcanzar progreso social mediante el simple y fiel
desempeño de esos modestos papeles individuales, gracias a sus efectos
sistémicos. De aquí, que el deber del negociante sea la fidelidad a sus
accionistas, a los que les han confiado sus ahorros, y no a la sincera
prosecución de algún ideal mediante donaciones caritativas o inversiones
técnicamente dudosas, que puedan poner en peligro esos ahorros. El deber del
juez es aplicar la ley y no cambiarla para conseguir los mejores resultados de
los que está sinceramente convencido. El profesor debe promover el proceso de
investigación y de reflexión en sus estudiantes, y no llevarlos a las
conclusiones que sinceramente considera como las mejores para la sociedad. De
la misma manera, los periodistas tendenciosos no cumplen con el deber de su
función social que es, simplemente, dar la mejor información posible y dejar
que los lectores saquen sus propias conclusiones.
Sin embargo, en la visión revolucionaria, donde la
razón y la sinceridad juegan un papel fundamental, los papeles sociales son
considerados como excesivamente restringidos y rígidos. Por consiguiente, se
tiende a restarle importancia a las formalidades. Cuando se sabe concretamente
cómo conseguir los resultados sociales que se desean, las formalidades parecen
innecesarias. A los funcionarios, los oficiales del ejército, los padres o los
maestros supuestamente no les hace falta la autoridad de su función porque les
basta con la fuerza de la razón.
Los partidarios de la visión conservadora piensan
de modo muy distinto. Ellos consideran que inevitablemente se presentarán
situaciones en las que haga falta que los soldados, los alumnos o los niños,
obedezcan aunque no comprendan. De ahí la importancia que cobran entonces los
títulos, las ceremonias y todos los recursos para promover la obediencia a
reglas cuyos beneficios pueden no ser inmediatamente aprehensibles pero en
cuyos benéficos resultados se confía a largo plazo.
Las dos
visiones: el papel de la juventud y el de la vejez
En la visión revolucionaria, donde el conocimiento
y la razón son concebidos como racionalidad articulada, los jóvenes tienen
todas las ventajas. Si todos los problemas y los vicios se derivan de las
instituciones y creencias existentes, los menos habituados a las mismas estarán
menos corrompidos y, por consiguiente, en mejor disposición para acometer los
cambios revolucionarios que la sociedad necesita. "Los niños son la
materia prima puesta en nuestras manos", decía Goodwin. Sus mentes son
"como una hoja de papel blanco". Y, por el contrario, "el
prejuicio y la avaricia" son características "comunes en la vejez".
En la visión conservadora, por el contrario, la
experiencia humana es simplemente la menos falible de las guías. "Los más
sabios y experimentados son generalmente los menos crédulos", dijo Adam
Smith. "Es sólo la sabiduría adquirida y la experiencia lo que enseña
incredulidad, y muy pocas veces lo enseña lo suficiente". De aquí que
valoren mucho la experiencia de los viejos. La visión conservadora, que busca
compromisos más bien que soluciones dramáticas, valora mucho la prudencia
producto de la experiencia. El fervor moral no es un sustituto válido. "No
es una excusa de la ignorancia presuntuosa el estar dirigida por una pasión
insolente", decía Burke.
Oliver Wendell Holmes reflejaba la visión
conservadora cuando decía que "muchos juicios honorables y sensatos"
expresan "una intuición de la experiencia que va más allá del análisis y
compendia muchas impresiones enredadas y confusas; impresiones que pueden estar
por debajo la consciencia sin por eso perder su valor". La ley incorpora
la experiencia "no sólo de nuestras vidas sino de las vidas de todos los
hombres que han sido".
John Stuart Mill decía que las leyes no
"crecen" sino que se hacen y que "es absurdo sacrificar fines
actuales a medios anticuados". Sin embargo, también señaló que para hacer
la ley había que tomar en consideración "lo que la gente puede
soportar" y que esto era función de "viejos hábitos". La
aquiescencia de la humanidad "depende de la preservación de algo así como
la continuidad de la existencia en las instituciones" que representa esos
innumerables compromisos entre intereses y esperanzas contradictorios, sin los
que ningún gobierno pudiera mantenerse durante un año, y aun con dificultad por
sólo una semana".
¿Cuál es la mejor manera de promover el bien
colectivo? En la visión revolucionaria, los individuos "conscientes"
deben luchar por que se consigan los mejores resultados posibles pero, en la
visión conservadora, lo mejor es adherirse al deber de los papeles
institucionales, y dejar que sea el proceso sistémico el que determine los
resultados. No se trata de la contradicción entre dos grupos sino entre el
raciocinio articulado y la experiencia histórica de muchas generaciones. Sin
embargo, un filósofo moderno del derecho como Dworkin, reflejando la visión
revolucionaria, se refiere esta experiencia histórica como "el fáctico y
arbitrario desarrollo de la historia".
La
actitud ante los compromisos adquiridos
La actitud ante los compromisos es muy diferente en
la visión conservadora y la revolucionaria. En primer lugar, hay que recordar
que, para la visión revolucionaria, es posible conocer las fórmulas del éxito y
la felicidad. De aquí que todo compromiso deba ser esencialmente revocable
puesto que se ha adoptado cuando el conocimiento era menor y, por lo tanto, no
debería mantener su validez en un futuro donde el conocimiento se haya
perfeccionado.
En la visión conservadora, por el contrario, donde
se considera imposible conocer las fórmulas del éxito y la felicidad, la
importancia de los nuevos conocimientos es muy cuestionable. Lo único seguro es
el valor intrínseco de las tradiciones que representan la experiencia acumulada
de la humanidad y que necesitan estabilidad para poder servir de guía. De aquí
su valorización de la lealtad y la fidelidad.
En la visión conservadora, los vínculos emotivos
entre las personas son vistos como lazos sociales útiles, indispensables para
el funcionamiento de la sociedad. Como dice Burke:
"Estar vinculado a la subdivisión, querer el
pequeño pelotón al que pertenecemos en la sociedad, es el primer principio (el
germen como si dijéramos) de los afectos públicos. Es el primer eslabón en la
serie que prosigue hacia el amor a nuestro país, y a la humanidad".
En la visión revolucionaria, esos sentimientos
espontáneos son considerados manifestaciones instintivas, primitivas, no
racionales y, por consiguiente, son considerados más bien como obstáculos del
progreso social. Para Goodwin: "el amor por nuestro país es "un
principio engañoso" que establecería "una preferencia basada en
relaciones accidentales y no en la razón".
Ninguna de las visiones considera que las unidades
sociales más pequeñas sean intrínsecamente más importantes que las mayores.
Pero la visión revolucionaria estima que los hombres pueden llegar a conocer lo
que hace falta hacer para que la sociedad sea perfecta y, por consiguiente,
considera indeseable y perjudicial subordinar los intereses particulares a los
generales. La visión conservadora, por su parte, que no cree que ese
conocimiento sea posible, considera que hay que aprovechar los vínculos
emocionales primarios para utilizarlos como contrapeso del egoísmo personal.
La
libertad
En la visión conservadora, la libertad es
considerada como la ausencia de opresión, de restricciones externas. En la
visión revolucionaria, la libertad es considerada como la capacidad de hacer lo
que uno quiera, como "el poder efectivo de hacer cosas específicas",
como decía John Dewey. Según la primera concepción, lo importante es limitar el
poder de unos individuos sobre otros. Según la otra, lo importante es aumentar
al máximo la posibilidad de conseguir objetivos específicos. Esto implica dar
ventajas compensatorias a los que tengan alguna desventaja.
El
problema del poder
Puesto que las visiones conservadora y
revolucionaria tienen concepciones opuestas sobre el funcionamiento de la
sociedad, ambas valoran de manera muy diferente la naturaleza del poder. En la
concepción revolucionaria se considera que tras un gran número de fenómenos
sociales se esconde una voluntad deliberada. De aquí que le de mucha mayor
importancia a la racionalidad articulada y, por consiguiente, al papel del
poder en los fenómenos sociales.
Por otra parte, se considera que la libertad es la
capacidad de conseguir lo que uno quiera. De aquí que la misma definición de
poder sea diferente. En la concepción revolucionaria, poder es la facultad de
imponer la voluntad propia sobre la conducta de los demás. Cada vez que alguien
consigue influir sobre la actuación de una persona, tiene poder sobre ella.
En la concepción conservadora, donde tras la
mayoría de los fenómenos sociales lo que hay son procesos sistémicos,
inconscientes y espontáneos, la importancia que se le concede al poder es mucho
menor. Por otra parte, en la concepción conservadora la libertad se considera
como ausencia de opresión, de restricciones, externas, de aquí que se considere
al poder como la facultad de restringir las opciones de alguien. Las
definiciones se parecen pero, en realidad, son muy diferentes.
En la visión conservadora, alguien puede conseguir
que yo haga lo que él quiere, pero si esa persona no me ha impuesto
determinadas limitaciones ni ha restringido mis opciones no tiene poder sobre
mí. Como la capacidad de influir sobre los demás está mucho más generalizada
que la capacidad de restringir sus opciones, en la concepción revolucionaria la
cuestión del poder juega un papel mucho más importante que en la conservadora.
El
problema de la igualdad
En la visión revolucionaria, tratar de la misma
forma a personas diferentes es mantener y reforzar la desigualdad. La igualdad
significa igualdad de probabilidades de alcanzar determinados resultados. Pero,
dada la enorme desigualdad de los seres humanos, esto implica recurrir a una
política generalizada de ventajas compensatorias para ciertos grupos. Condorcet
decía que "una verdadera igualdad" requiere que "aún las
diferencias naturales entre los hombres sean mitigadas" por políticas
sociales.
El origen de la desigualdad es muy importante. En
la visión revolucionaria, no sólo se trata de que unos tengan mucho y otros
poco, sino que algunos tienen poco porque otros tienen mucho. Los ricos les han
quitado lo suyo a los pobres. El empleador le quita al empleado, el que vende
al que compra, la metrópolis a la colonia.
Por el contrario, la visión conservadora considera,
como decía Burke, que "todos los hombres tienen los mismos derechos pero
no las mismas cosas". La igualdad es la igualdad en la ausencia de
restricciones. Pretender eliminar otro tipo de desigualdades sería
contraproducente. Significaría en primer lugar, que alguien tendría que estar a
cargo de eliminar esas desigualdades, lo que implicaría investir de excesivos
poderes al grupo gobernante. Este es el tema central de "Camino de
Servidumbre" de F. A. Hayek: Los cambios sociales revolucionarios sólo
pueden llevarse a cabo mediante una dictadura represiva.
Por otra parte, las desigualdades han existido
siempre y no están vinculadas a un determinado sistema social. Precisamente lo
que diferencia al capitalismo es que le ha permitido al hombre común disfrutar
de un nivel de vida sin precedentes en la historia. La tecnología moderna no
influye tanto sobre la vida de los ricos como sobre la de los pobres. Los ricos
siempre han disfrutado de todas las comodidades pero sólo el capitalismo ha
puesto esas comodidades al alcance de las grandes masas. La justificación moral
del mercado se encuentra en la libertad y prosperidad general que produce.
El
problema de la guerra
Para la visión revolucionaria la guerra es
contraria a la naturaleza humana, como todas las calamidades sociales, se
origina en las instituciones y surge de algún fallo intelectual. Por
consiguiente tiene que tener alguna causa que puede ser combatida y neutralizada.
Por consiguiente, lo que una nación pacífica debe hacer es poner en evidencia
su voluntad de paz, mejorar las comunicaciones, hacer llamamiento a los más
ilustrados, restringir el armamento o todo lo que pueda ser amenazantes y
negociar las diferencias. Según Goodwin, la "inocencia y neutralidad"
no presentar peligro militar alguno que pueda "amenazar" o
"provocar un ataque". El fortalecimiento militar, las alianzas, y el
equilibrio de poder pueden conducir a la guerra. La
institución militar es algo deplorable.
Para la visión conservadora,
la guerra no necesita explicación. Está implícita en los múltiples fallos de la
naturaleza humana y sólo puede ser negociada mediante compromisos temporales.
Smith veía el patriotismo como natural y beneficioso, como un fenómeno
moralmente productivo. Lo que una nación pacífica debe hacer es prepararse para
la guerra, elevar al máximo el costo potencial para los agresores, promover el
patriotismo y al disposición para la guerra, negociar desde posiciones de fuerza,
apoyarse más en el valor popular que en los veleidosos grupos de intelectuales.
El problema del crimen
Para la visión conservadora el
crimen tiene su explicación en la naturaleza humana. Cada nueva generación es
una invasión de nuevos bárbaros que tienen que ser civilizados antes de que sea
demasiado tarde. Sólo nos protege el acondicionamiento social, la moralidad
general, el sentimiento del honor, el humanismo cultivado por las tradiciones e
instituciones sociales. Tenemos que tratar de disuadir del crimen con la
amenaza de represalias. Adman Smith señalaba: "La piedad con los culpables
es crueldad con los inocentes". El castigo era, para él, un deber
doloroso.
Para la visión revolucionaria,
sin embargo, el crimen es contrario a la naturaleza humana. Es difícil
comprender la existencia del crimen si no hay una causa especial que lo haya
provocado. La sociedad "drena la compasión del espíritu humano y engendra
el crimen". En nuestra época se ha dicho que "gente saludable y
racional no perjudicaría a los demás". Por consiguiente, la gente realiza
crímenes por razones especiales, ya sean sociales o psiquiátricas. Y, por
consiguiente, la forma de reducir el crimen es reducir esas razones especiales:
pobreza, desempleo, discriminación, enfermedades mentales. El crimen refleja el
carácter de la sociedad. El criminal sólo es su víctima. Goodwin señalaba que
"el castigo puede cambiar la conducta de un hombre", pero "no
puede mejorar sus sentimientos"
El problema de la economía
Para la visión conservadora,
el mercado responde a fuerzas sistémicas, a la interacción de innumerables
opciones individuales. Un mercado competitivo es un sistema muy eficiente de
"transmisión de información" en la forma de precios.
La visión revolucionaria alega
que la economía obedece al poder de intereses particulares y que, en el futuro,
debería obedecer el poder del interés público. Grupos de poder fijan
arbitrariamente los precios en las principales industrias, y la respuesta debe
ser que "el colérico público" exija que el gobierno rectifique esta
situación. Para Gunnar Myrdal, Premio Nobel de economía, hay que investigar las
condiciones "responsables del subdesarrollo". Para Milton Friedman no
hay que explicar el subdesarrollo, lo que hay que explicar son las causas del desarrollo
y la prosperidad.
El problema de la justicia
En la visión conservadora la
justicia es necesaria para el mantenimiento de la sociedad. Como decía Adam
Smith: "Generalmente los hombres sienten tan poca solidaridad por su
prójimo que si este principio (la justicia) no estuviera dentro de él y lo
abrumara de respeto, actuarían como bestias salvajes... y entrar en un grupo
humano sería como entrar en una cueva de leones"
Puesto que la sociedad
"no puede subsistir entre los que están constantemente listos para agredir
y atacarse entre sí", la justicia es la primera necesidad de la sociedad.
Como decía Oliver Wendell
Holmes:
"La ley no toma en
consideración la infinita variedad de temperamento, intelecto y educación que
determina que el carácter interno de un acto sea tan diferente en los distintos
hombres. No intenta ver a los hombres como los ve Dios... Si, por ejemplo, un
hombre nace apresurado y torpe, siempre está teniendo accidentes y lesionándose
a sí mismo o a sus vecinos, no cabe duda que sus defectos congénitos serán
tomados en cuenta en los tribunales del Cielo pero sus errores no resultan por
eso menos enojosos para sus vecinos que si se derivaran de una mala intención.
Por consiguiente, sus vecinos le exigen, a su propio riesgo, que se ponga a su
mismo nivel, y las cortes que ellos establecen no van a tomar en consideración
su ecuación personal".
Según Holmes, "es
correcto que la justicia hacia el individuo pese menos que los intereses más
generales que hay que sopesar en el otro lado de la balanza".
Según Holmes, "La vida de
la ley no ha sido lógica: ha sido experiencia... La ley encarna la historia del
desarrollo de una nación a lo largo de muchos siglos, y no puede ser tratada
como si sólo contuviera los axiomas y corolarios de un libro de matemáticas".
Y Blackstone:
"Y la ley sin equidad,
aunque dura y desagradable, es mucho más deseable para el bien público que la
equidad sin ley, que haría de cada juez un legislador e introduciría la más
infinita confusión puesto que las cortes establecerían casi tantas reglas de
conducta como diferencias hay de capacidad y sentimiento en la mente
humana".
La visión revolucionara, por
supuesto, toma una posición totalmente contraria. Como decía Goodwin: "No
hay verdadera justicia si se reducen todos los hombres a la misma
estatura" según el delito cometido. Más bien, la justicia requiere
"contemplar todas las circunstancias de cada caso individual". En
esta concepción, no sólo se trata de la justicia de la sanción sino también de
la eficacia de la misma. La visión no restringida aspira a cambiar los motivos
y las predisposiciones de la gente, busca soluciones. De aquí el constante
llamamiento a mejorar y transformar la legislación.
Holmes, al igual que Goodwin,
considera que es moralmente superior individualizar las sanciones, pero
considera que hacerlo está más allá de la capacidad de los tribunales. La
naturaleza humana no cambia.
El problema de los derechos individuales
La "Investigación
Concerniente a la Justicia Política" en 1793 puede haber sido el primer
tratado de justicia social. La justicia social es considerada como una
obligación obsesiva. "Nuestra deuda con el prójimo incluye todos los
esfuerzos que podamos hacer por su bienestar, y toda el auxilio que podamos
ofrecer a sus necesidades. En realidad, no tenemos nada que sea estrictamente
nuestro". Ni Goodwin ni Condorcet pensaban que fuera necesario recurrir al
gobierno como instrumento de cambios sociales, ni infringir los derechos a la
propiedad. Para los partidarios de la visión conservadora, el concepto de
justicia social carece de toda importancia.
La diferencia fundamental
entre las dos visiones es que, para la visión revolucionaria, no se trata de
una cuestión de justicia sino de caridad. Para Hayek, el problema estriba en
que tratar de establecer cualquier redistribución de la riqueza afecta tanto a
la libertad como al mismo bienestar general. "... el concepto de
"justicia social" ha sido el caballo de Troya que ha permitido la
entrada del totalitarismo".
Para Hayek, es obviamente
absurdo exigir "justicia social" de un proceso social inconsciente.
En realidad, la demanda de "justicia social" significa pedir que los
miembros de la sociedad se organicen de tal forma que sea posible asignar
determinadas porciones del producto social a diferentes individuos o grupos.
Pero esto significa no sólo conferir un exagerado poder a determinado grupo y,
por consiguiente, limitar la libertad de los demás sino también crear obstáculos
para la generación de riqueza.
Según Hayek la libertad humana
depende, en gran medida, de ciertas reglas y especialmente de reglas, de
derechos, que "protegen ciertos dominios dentro de los que los individuos
son libres de actuar como ellos mismos decidan". Según Hayek, el concepto
de "justicia social" socavaba el concepto mismo de "estado de
derecho", como estado gobernado por reglas estables, puesto que siempre
estaría tratando de sustituir la justicia "formal" por la justicia
"real" o "social". Y esta "justicia social" no es
más que un conjunto de resultados a los que sólo puede llegarse mediante la
ampliación de los poderes del gobierno. Según Hayek, la "justicia
distributiva" es intrínsecamente "irreconciliable con el estado de
derecho". Para entender mejor la posición de Hayek leer: “El atavismo de
la justicia social”.
En la visión revolucionaria,
por el contrario, donde el hombre es supuestamente capaz de pronosticar y
controlar las consecuencias sociales de sus decisiones, tanto el individuo como
la sociedad son moralmente responsables de que sus opciones produzcan determinados
resultados. Los jueces, por consiguiente, no se deben limitar a aplicar reglas
de procedimiento, ignorando los resultados particulares, sino que deben tratar
de aplicar los principios morales implícitos en la ley. En los conflictos entre
derechos, se le debe dar más peso a los que definen al ser humano como sujeto
antes de como objeto.
En la visión revolucionaria,
la igualdad, en forma más o menos amplia, ha sido considerada como igualdad de
resultados. Dada la inmensa cantidad de situaciones diferentes, esto se traduce
en tratamientos diferentes y compensatorios.
En la visión conservadora, los
principios de la justicia están limitados por sus posibilidades. Los derechos
son dominios más allá del alcance de las autoridades, y la conveniencia a largo
plazo de esta actitud está implícita en su misma existencia.
En la visión conservadora, el
hombre es capaz de hacer evaluaciones a largo plazo pero la forma de hacer esas
evaluaciones es puramente experimental y apuntando a la experiencia de la
mayoría, es decir observando la forma en que las masas "votan con los
pies". La realidad es demasiado compleja como para soñar en cualquier
justicia compensatoria.
En la visión revolucionaria,
sin embargo, el hombre es capaz de hacer evaluaciones más inmediatas y lo hace
mediante razones precisas y articuladas que no se detienen ante la justicia
compensatoria.
CONCLUSIONES
La diferencia fundamental
entre la ciencia y las teorías sociales reside en la imposibilidad de hacer
experimentos sociales de laboratorio que nos den las pruebas definitivas para
cancelar ciertas hipótesis. Por otra parte, la continuidad biológica de la
especie humana significa que los experimentos que fracasan no pueden ser
iniciados nuevamente a partir de cero. En la vida social, sólo es posible la
sensatez, no la ciencia.
* NOTA de AR: En este texto,
Sowell utiliza los conceptos de "restricted" y
"unrestricted" para caracterizar las visiones. Es decir, la visión
"restringida" y la "no restringida", según acepten
limitaciones a la naturaleza humana.
(visión
restringida) o no las acepten (visión no restringida). Con todo, he considerado
más claro sustituir esos términos en esta síntesis por los de
"conservadora" y "revolucionaria", que son más claras para
el público de habla hispana y fieles al espíritu del autor.